Querida Mili:
Estoy seguro de que has pasado por bosques y verdes praderas, y has cruzado un arroyo claro y alegre…y de que has echado en el arroyo una flor roja, azul… o blanca como la nieve.
La corriente se llevó la flor y tú te quedaste mirándola hasta que se perdió de vista… y desapareció silenciosamente flotando entre pequeñas ondas, cada vez más lejos, viajando todo el día y toda la noche, bajo la claridad de la luna o de las estrellas. No necesitaba mucha luz, porque sabía el camino y no se perdió.
Después de seguir así, durante tres días sin descanso, se encontró con una flor que bajaba por otro arroyo.
Una niña como tú, que vivía muy lejos de aquí, la había echado también al agua en el mismo instante…las dos flores se besaron, recorrieron el camino juntas y así permanecieron hasta que se hundieron en el agua.
También estoy seguro de que has visto un pajarito que se aleja volando sobre las montañas, al anochecer…
quizá pensaste que se iba a dormir; pues no, otro pajarito estaba volando sobre otras montañas y cuando todo eran sombras sobre la tierra, los dos se encontraron en el último rayo solar.
El sol brillaba en sus plumajes y mientras revoloteaban en la luz,se dijeron muchas cosas que nosotros, sobre la tierra, no podíamos oír...
¿ Te das cuenta? Los arroyos, las flores y los pájaros se encuentran, pero los hombres, no; grandes montañas y ríos, bosques y praderas, ciudades y pueblos los separan, porque están en lugares precisos y no se pueden mover.
Pero el corazón de una persona se proyecta hacia otra, sin desfallecer ante el abismo que les separe.
(Wilhelm Grimm, 1832)