Una taza de té

El sabio quiso enseñarle algo. Para ello comenzó por servirle una taza de té.
Comenzó echando el té poco a poco.
Primero la taza se llenó. El sabio, aparentando no percatarse de que la taza estaba ya llena, siguió echando té y más té, hasta que la taza rebosó y el líquido comenzó a manchar el mantel. El anciano mantenía su expresión serena y sonriente.
El profesor de universidad miró desbordarse el té, tan estupefacto, que no lograba explicarse una distracción tan contraria a las normas de la buena urbanidad; pero, a un cierto punto, no pudo contenerse más y dijo al anciano sabio: “¡Está llena! ¡Ya no cabe más!”
El profesor de universidad miró desbordarse el té, tan estupefacto, que no lograba explicarse una distracción tan contraria a las normas de la buena urbanidad; pero, a un cierto punto, no pudo contenerse más y dijo al anciano sabio: “¡Está llena! ¡Ya no cabe más!”
El sabio imperturbable y sin inmutarse, le dijo:
— Tú también estás lleno de tu cultura, de tus opiniones y conjeturas eruditas y completas, igual que le ocurre a esta taza. ¿Cómo puedo hablarte de la sabiduría, que sólo es comprensible a los ánimos sencillos abiertos, si antes no vacías la taza?
El profesor comprendió la lección y desde aquel día se esforzó en escuchar las opiniones de los demás, sin despreciar ninguna de ellas.