jueves, 9 de septiembre de 2010

...llega el otoño...



Las noches se acortan, las mañanas refrescan, la brisa es más fuerte y las hojas de los arboles con esos tonos ocres... van alfombrando el suelo.

Es la estación que más me gusta, las nubes van llenando el cielo, al menos en mi tierra.

En la que ahora me encuentro... al otoño le cuesta más entrar, y dura menos, siempre dije que en el sur no hay nada más que dos estaciones, verano e invierno.

Echo de menos mi otoño, sus tonos sepias en el cielo mezclados con ese tono verde enamoradizo de mi cantábrico... es un regalo para los sentidos.

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¡Cuán penetrante es el final del día en otoño! ¡Ay! ¡Penetrante hasta el dolor! Pues hay en él ciertas sensaciones deliciosas, no por vagas menos intensas; y no hay punta más acerada que la de lo infinito.

¡Delicia grande la de ahogar la mirada en lo inmenso del cielo y del mar! ¡Soledad, silencio, castidad incomparable de lo cerúleo! Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento, de mi existencia irremediable, melodía monótona de la marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones.

Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad. La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios, harto tirantes, no dan más que vibraciones chillonas, dolorosas.

Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez. La insensibilidad del mar, lo inmutable del espectáculo me subleva... ¡Ay! ¿Es fuerza eternamente sufrir, o huir de lo bello eternamente? ¡Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre victoriosa, déjame! ¡No tientes más a mis deseos y a mi orgullo! El estudio de la belleza es un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido.
Charles Baudelaire